martes, 6 de marzo de 2012

HUMO

 Antón Fortes y Joanna Concejo. OQO.

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«Sueño con un dragón verde de lengua negra que quiere tragarme. Las casas también son verdes, como la hierba de nuestro jardín con columpio, donde antes papá y yo jugábamos al balón. Lo echo mucho de menos. Mamá me dice que pronto nos reuniremos».

Tanto como los campos de concentración —con lo que implican de hambre, frío, enfermedad, violencia y muerte— interesa aquí uno de esos universos personales y familiares que el nazismo ha destruido, para dejar en su lugar, silencio y un mundo más gris.

La separación, la soledad y la nostalgia son omnipresentes. Pero los recuerdos ayudan a huir del aislamiento y el desarraigo, y dan paso — en lo inhóspito del campo (lager)— al amor, la amistad y la solidaridad.

Si toda violencia resulta inadmisible, aquella que aniquila la inocencia, aún más. Para luchar contra ella, el protagonista asume un compromiso con Vadío (único personaje con nombre y etnia), con lo que eso supone de reconocimiento en el «otro» y de catarsis personal.

El protagonista anónimo de Humo descubre una realidad, pero el pasado ha sido mejor y perdura en la memoria. El despertar es doloroso y tiene que adaptarse a unas condiciones muy duras; el instinto de supervivencia le dice que tiene que ser un niño responsable.

Los inocentes no sobreviven, decía Primo Levi; es el precio por ver la luz. La inocencia, más que la impotencia, marca el desenlace: la manos de Vadío borrando para siempre el miedo y escribiendo con humo una palabra mágica sobre el cielo de Polonia.

Una conmovedora historia de Antón Fortes con unas intensas imágenes de la polaca Joanna Concejo, de gran sensibilidad y hermosura, pese a que reflejan la terrible realidad del protagonista. Realidad que resulta aún más cruel al enfrentarla de forma recurrente con los recuerdos de su vida anterior, de donde fue arrancado, de donde fueron arrancados todos.


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Historia fuerte, pero narrada sin dramatismo ni morbo. Ilustraciones fuertes, duras, expresivas. Personajes anónimos, contenidos y reconocibles. La voz del niño que se eleva, que mira con ojos abiertos, que acaba comprendiendo... Aceptación a base de hambre, frío y dolor, aceptación que no logra acallar ni "matar" la inocencia, ni incluso en el último momento.

Me sorprendió, sí, me sorprendió.

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